Eugène Henri Paul Gauguin, NUNCA MÁS
Venía de las colinas celestes ya,
triste, en el aire triste de su vuelo vago.
La conocí y lloré dulcemente con sus ojos
sobre el agua lejana y baja y las islas profundas.
Pero la rosa del día no se iba sola esta vez por el río.
Sentimientos la seguían como velas fascinadas.
¿Por qué las dulces lágrimas entonces?
No sé. No sé. ¿Era que su silencio no encontraba
los otros silencios? ¿Era que su soledad no encontraba
las otras soledades?
Doliente acaso de estar únicamente en el aire, mirada sola del cielo,
ella que puede ser otras miradas, ella que puede ser otro lenguaje...
El lenguaje que se encontrará, que se volverá a encontrar, de todos,
en el misterio amoroso de cada uno, por gracia de su misma radiación...
¿O es que ella quería descender, humilde,
y estaba presa como en una suerte de música por su propia esencia fluida,
ella que es también el espacio y la memoria del corazón, infinitos y súbitos?
El espacio del corazón... ese sobre todo, este sobre todo,
de sombra pobre y olvidada en que se llama desesperadamente a las puertas cerradas,
y no se oye todavía detrás de ellas, entre las ramas de la noche,
su voz tenue y casi perdida en que murmura sin embargo su respuesta todo el viento del mundo...
Juan L. Ortiz
(Argentina-1896)
De "La mano infinita"